El cuchillo que corta las aguas maritales
Es viernes 27 y son la 20:29, todo indica que nuestro viaje por velero sera una experiencia placentera. Entra una docena de afortunados, que eligen su lugar de embarque. En la penumbra suenan los primeros acordes de komeda, y polanski imperceptiblemente ya nos dejo subir al lujoso auto de esta aburguesada pareja entre reflejos de hojas en su parabrisas. De un momento a otro como anfibio-espectadores, cambiamos el paisaje terrestre, por hermosas y ondulantes olas de un mar blanco y negro tan imenso como el talento de la dirección artistica. Luego una imagen esencial de la embarcación flotando mientras irrumpe un saxo de ensueños muy difícil de olvidar. Geometrica coreografía de los encuadres de los tres personajes que a ratos parecen promocionar un sofisticado producto sesentero como si estuvieran publicitando el arte en una televisión mística llena de belleza y esplendor. De pronto la ilusión de lo agradable se diluye dando paso a silencios demasiado cotidianos, pero no menos fascinantes que desembocan en la tensión del reproche y la ira que desestabiliza los paisajes veraniegos de un domingo ideal.
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